UN ENFOQUE SIMBIOTICO DE LA CULTURA POSTMODERNA
Nací después del último y enorme derramamiento de sangre mundial en un pequeño país europeo, cuya población autóctona alcanza escasamente el millón de personas. En aras de la brevedad de la historia, vamos a llamarle «U». He escogido esta letra, la «U», porque hace muy poco tiempo que me he dado cuenta de que las palabras que designan algunos conceptos esenciales en mi lengua materna incluyen el sonido de dicha letra y se escriben con la «U» en la sílaba acentuada. Son palabras como muerte, fuego, tierra, cenizas, dios, tristeza, diablo, dormir, nieve, sexo, melancolía, locura, hechizo, orgullo, cuento, poesía, destino y religión (para las dos últimas tenemos una única palabra en estonio), etcétera. Ahora he comprobado que en inglés ninguno de estos conceptos incluye la letra «U».
Me ha fascinado ante todo el hecho de que la palabra inglesa «knowledge», 1 tiene dos equivalentes en mi lengua. Uno de ellos se deriva de «conocer» y no tiene la «U», mientras que la otra, que viene de «sentir», sí tiene la «U» en la sílaba acentuada. La más antigua de dichas palabras suena de manera más superficial en mis oídos y me inclino a vincularla con «razón» o «intelecto»; es decir: con nuestra actividad cerebral. La última tiene un sonido más profundo: el conocimiento que obtenemos de las artes y de la literatura, por ejemplo. No reduciría en absoluto ese otro tipo de conocimiento únicamente a nuestros sentidos o sentimientos, aunque afirmaría que es una síntesis de ambos: intelecto y sentimiento.
He descubierto también que la letra «U» (en el alfabeto romano usado en nuestra lengua) posee una forma gráfica que podría ser interpretada como un símbolo: tiene una curva baja que se proyecta hacia la tierra, como las rodillas de la madre en las que todos hemos encontrado regazo. También se asemeja a la tierra que nos acoge en su seno cuando cesa la vida. Al mismo tiempo, la «U» está abierta al cielo, la gloria, la curiosidad, la oportunidad, la ilusión, y se pregunta por el sentido de la vida. Es un signo simbiótico.
No sé mucho sobre la cábala. Estoy muy lejos del intento filosófico lingüístico común de entender la realidad y sacar conclusiones acerca de ésta únicamente sobre la base de las palabras o de la lengua. Sólo estimo que todas las lenguas del mundo, incluso las más minoritarias, pueden contribuir al proceso de indagar en el sentido de nuestra vida. ¿Por qué pensar que sólo las lenguas de grandes y antiguas naciones ? el sánscrito, el griego, el latín, el germánico antiguo? tienen ese privilegio? ¿Qué sabemos en realidad acerca de la antigüedad de una u otra nación, de una u otra gente? ¿Qué razón tenemos para imaginar que la sabiduría de pueblos civilizados de la Antigüedad es más profunda que otra sabiduría cualquiera, que otras palabras que han sobrevivido durante largo tiempo y que han regresado a la civilización en el ámbito de la naturaleza y de los sentimientos?
O sea: he nacido en un país pequeño: U. No poseo la memoria de Marcel Proust para rememorar mi infancia con muchos detalles. Recuerdo, sin embargo, que el temor aleteaba en nuestro primer hogar. Una mañana abrimos con timidez la puerta que daba al patio trasero y uno de mis padres dijo: Se han llevado a alguien durante la noche. Llevarse a alguien quería decir que uno de nuestros vecinos había sido deportado (o «mandado a paseo», en nuestra lengua) a la «tierra fría». Incluso, en fecha tan remota como 1896, uno de nuestros narradores más importantes ya había escrito su novela «Camino de la tierra fría». Nuestra gente de U era deportada a dicha región mucho antes de la a Primera Guerra Mundial.
A muy tierna edad, ya sabía que aunque vivíamos en U, un país pequeño, al mismo tiempo vivíamos también en Z, un país cercano y fronterizo cuya gente hablaba otra lengua absolutamente distinta a la nuestra. En aquellos tiempos, U estaba repleto de gente llegada de Z, a pesar del hecho de que antes de la guerra no habían vivido en nuestro país. Incluso a una edad un poco mayor, me inclinaba a identificar a todos los hombres de Z con lo militar, ya que en aquellos tiempos casi todos los hombres de Z portaban uniforme. Para mí, Z era básicamente una nación militar.
Supe bastante temprano que Z era el principal enemigo de U, mi pequeño país. Z había ocupado U y nos había arrebatado la libertad. Independientemente de que todos los eslóganes oficiales hablaban acerca de la amistad y la solidaridad entre los pueblos, las víctimas de las represiones y el terror de Z, aquellos cuyos parientes habían sido deportados, encarcelados o asesinados ?y eran millones de personas en el enorme imperio de Z los que compartían también este destino? no podrían habernos hecho dejar de sentir que Z era nuestro enemigo.
También supe bastante pronto algo sobre mi familia, que no debía ser aireado en público. Mi padre y uno de mis tíos habían servido durante la guerra en el ejército de ZZ, otro gigantesco estado militar. Dicho país fue en un tiempo amigo de Z, pero después se convirtió en su enemigo mortal. (Ahora que he identificado los dos totalitarismos gigantes con una letra surgida espontáneamente de mi mente, observo que la «Z» tiene algo en su representación gráfica que recuerda un portón militar sólido y que muestra una sólida determinación en su grafía hacia un objetivo. ¿O no? Una guadaña de doble filo dispuesta a exterminar todo a su alrededor, si así se lo ordenan. «Estoy contratado para dar palizas, así que doy palizas», dice Joseph K, uno de los apaleadores, en El Proceso de Kafka. Otro de mis tíos, por el contrario, estuvo reclutado por el ejército de Z. Antes y después de la guerra, unos cuarenta mil compatriotas fueron obligados a marcharse «de paseo» a la «tierra fría», y un número similar se las arregló para escapar a Occidente durante la contienda. Algunos de nuestros más importantes escritores y artistas murieron en «la tierra fría» y otros nunca regresaron a casa desde el exilio forzado.
No es nada nuevo. La guerra y la destrucción abundan en la historia de la humanidad y permanecen como una realidad diaria en nuestro mundo en los inicios del siglo XXI. Los milagros tecnológicos más avanzados inventados por la ciencia se aplican a la comunicación y ayudan a las personas a sobrellevar la soledad y las enfermedades. No obstante, también se usan de manera muy eficaz para la destrucción masiva y la propagación del mal. La técnica, aunque es progreso, es sólo técnica, algo que jamás podrá satisfacer nuestras necesidades esenciales. «Se vive con la técnica, pero no de 2 la técnica», como comentase el filósofo español José Ortega y Gasset en su ensayo La revolución de las masas de 1930.
El arte y la literatura, con sus contradicciones y crisis, están todavía entre los principales resortes de esperanza y fe para la humanidad, en tiempos en que la religión, por lo menos en Occidente, ha perdido fuerza con rapidez. El hombre de la tecnología, un aliado del poder, no es un creyente. Estimulado por incentivos materiales, trata de someter las humanidades y las artes al control directo de la tecnología. Sin embargo, nosotros, los hombres y las mujeres de las artes y la literatura, no deberíamos olvidar nunca que nuestro aliado, la naturaleza, es, a fin de cuentas, más grande y más fuerte que lo que las estructuras humanas de poder pueden aspirar a ser. Deberíamos oponernos activamente al hombre tecnológico en su instinto ciego de destruir la naturaleza a su alrededor con la finalidad de hacer más cómoda su efímera vida. No considero que podamos esperar amansar sus instintos salvajes, pero al menos podemos hacer que piense y sienta con mayor responsabilidad.
Recuerdo que cuando la guerra en Yugoslavia estaba en su peor momento, artistas y escritores de algunos países democráticos europeos fueron allí para hablar y representar obras sobre el entendimiento entre los seres humanos. Este tipo de esfuerzo me parece grotesco e infantil. Mientras tenía lugar, las estructuras occidentales de poder no hacían nada para evitar los asesinatos masivos en Bosnia. Al contrario, incluso cooperaban con el general Mladic y con otros asesinos en exterminios masivos. Las fuerzas militares occidentales sólo intervinieron cuando era demasiado tarde y con el coste de más asesinatos de gente inocente, y finalmente se las arreglaron para establecer una paz frágil en esa parte de Europa. No obstante, todavía ahora, al cabo de un corto tiempo desde aquellos terribles acontecimientos, sería ingenuo pensar que un esfuerzo internacional para «importar» arte y literatura a la antigua Yugoslavia podría curar las profundas heridas de su gente.
El efecto sanador de las artes y de la literatura es, a diferencia de los efectos de los medicamentos, invisible. En mis años juveniles, pude haber aprendido algo positivo acerca de la gente de Z gracias a los libros para niños. En aquellos días, no teníamos televisión, o sea, que, ante todo, el libro alimentaba mi imaginación y mis sentimientos. Muchos de dichos libros traducidos a mi lengua natal desde la lengua de Z rememoraban la guerra reciente y hacían sobresalir a nuestros héroes y patriotas de Z en su lucha contra el enemigo de ZZ. No quedaba duda alguna de lo que era bueno o malo como nación. Todo ello ocurría en los inicios de la guerra fría, y así tenía que ser.
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2 Sobre la violencia
3
4 El tema cubano
5 Entre México y Noruega: U
6
7 Poetas en Harward
8 Las razas y las personas
9
10 San Jorge, la rosa y el libro
11 El banco y la plaza
12
13 Filosofía: edición e iniciación
14 La misión de la universidad
15
16 Físicos y poetas1
17 En casa y en el extranjero1
18 1
- Colección
- Cultura y Sociedad
- Materia
- Ensayos
- Idioma
- Castellano
- EAN
- 9788498364941
- ISBN
- 978-84-9836-494-1
- Depósito legal
- GR. 337/2009
- Páginas
- 128
- Ancho
- 17 cm
- Alto
- 24 cm
- Edición
- 1
- Fecha publicación
- 27-02-2009